Campamento Artístico Curatorial. 

Estoy en Chile. Ha pasado una semana desde que dejé Río Gallegos. Pienso en cómo hablar de mi trabajo. La experiencia fue mucho más allá de lo que terminó siendo parte del proceso de mi obra. Sólo el amor y la generosidad de mis compañeres y de las curadoras, hicieron posible seis días en los que el arte y la vida se transformaron, juntos, en obra colectiva.

Llegué a Gallegos en el momento más violento de la historia de los últimos 30 años en Chile, con la vuelta del horror, la tortura y la muerte; avaladas por el Estado, que arguye proteger a la ciudadanía. Cuesta creer que esté ocurriendo.

Yo venía a hablar de la trata de mujeres en Santa CruzPero no pude ser indiferente a lo que pasabaen mi paísMe hice consciente de las similitudes de los métodos de tortura de los militares y los utilizados por los proxenetas para “ablandar” a las niñas y mujeres víctimas de trata, en una primera etapa del secuestro

Mi proyecto original fue cambiando; los conceptos se mezclaron como si fueran una argamasa. Porque mi obra habla de amenaza, violencia, tortura, apropiación, muerte, abandono. De existencias que se vuelven frágiles, vulnerables, a las que le quitaron el deseo, el goce, el placer, transformándolos en dolor. Unas desde la experiencia íntima de ser engañadas y secuestradas para el comercio sexual. Las otras, como consecuencia de salir a las calles a luchar por justicia socialFinalmente era lo mismo, mujeres de cuerpos devastados, apropiados, vendidos, violados, torturados, colapsados, inertes

Resultado (en proceso): Un video registra escenas de mis días en Río Gallegos. Presente el viento en todo momento, atraviesa cada escena, impidiendo la quietud. El viento hace lo que quiere, y todo baila con él.
Un basural enrejado, una bolsa que se abre, una niña maniquí vestida de primera comunión que mira a un punto fijo; las fachadas de “Las Casitas”, el mítico barrio rojo de la ciudad, el más famoso de todo el sur de Argentina, lugar de risas y diversión, como también de secuestro, violaciones, dolor y violencia. Y “el entierro”, el abandono del cuerpo, la última forma de violencia.

Yo quería sentir ese abandono, ese trato de mi cuerpo como un algo del cual hay que deshacerse, enterrar, esconder, tirar.

Pedí ayuda, y nos lanzamos a performar.

Fui arrastrada y semienterrada en la orilla de la ría. Habían cavado. Sentí el peso húmedo y frío de las piedras y la arena cubrir mi cuerpo. La contundencia de la muerte parecía hacerse materia pesada, aplastante, que entierra, que hunde, que acaba. Muy agitada en un principio, me fui calmando, tratando de percibir cada pequeña sensación física, que iba potenciando lo que emocionalmente estaba viviendo. Creo que fueron unos segundos, tal vez minutos, no lo sé. No tengo consciencia del tiempo que pasó hasta que mis compañeres vinieron a “rescatarme” amorosamente. Me cubrieron de un abrazo que, no sólo me protegió del frío, sino que me contuvo en un momento en que las emociones me desbordaban.

Durante esos días, también aprendí a quemar mi rostro con cigarros. Me ahogué en el humo y lloré por cada agujero que hice a mis autoretratos, haciéndose inevitable la aparición de mis insignificantes dolores, pero sobretodo conectándome a los de todas esas niñas y mujeres víctimas de trata, a los de las que fueron torturadas en dictadura, y a los de las que lo están siendo ahora en Chile. 

Hoy también pienso en el dolor de las mujeres bolivianas.

Con todo lo que está pasando siento que hoy, más que nunca, quieren reducirnos, acallarnos, apagar nuestros cuerpos, nuestra fuerza creadora, amansarnos nuevamente. 

Enterrarnos bajo esas piedras frías y húmedas que una mañana helada, aplastaron mi cuerpo en Río Gallegos.


Paola Ferraris

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